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Inés Bortagaray: sobre el arte de viajar y decir

Inés Bortagaray: sobre el arte de viajar y decir

GERA FERREIRA

Domingo 15 de setiembre 2019

El País Cultural

Mientras aún se encuentra fresca la vuelta de Inés Bortagaray (Salto, 1975) al ambiente literario local, gracias a la publicación de la novela Cuántas aventuras nos aguardan (2018), en el correr de 2019 se produjo la reedición de un libro anterior, Prontos, listos, ya, publicado en 2006. Traducido y reeditado en varias oportunidades fuera de Uruguay, se ha dicho bastante sobre este pequeño y estimulante libro que hizo un viaje bastante largo para llegar de nuevo, vivito y coleando, hasta hoy. Un viaje personal y atemporal, sí. Tanto la palabra como el concepto de viaje tienen una importancia determinante dentro de la obra de la escritora salteña y en especial en esta nouvelle, donde se comporta como múltiple llave de lectura.

La anécdota, para quienes no la han leído, es simple: irse en auto de vacaciones con la familia a la playa cuando se es niño. Lo que no es simple es la composición del camino que prepara Bortagaray: la construcción de sucesivas capas de significado con las que acolchona los asientos del vehículo (para que nos recostemos), con las que infla sus ruedas (para sentir que nos movemos), o con las que mapea un recorrido lleno de vacas, chistes, postes, miedos, canciones y despedidas, porque finalmente siempre es bueno llegar a algún lugar.

Adelante van papá y mamá, gurús universales, y en el asiento de atrás van cuatro hermanos (tres mujeres y un varón), apretados tripulantes que se disputan las ventanas para soñar. No hay muchos nombres propios, no es un cuaderno de viaje. El lector conoce la historia a través de la hermana del medio, quien asume el punto de vista de una narradora tierna y divertida, sabia y sensible. Es interesante apreciar la hibridez de su registro vocal y cómo la edad no es restrictiva para generar verosimilitud o mantener intacta la riqueza sensorial y descriptiva que, párrafo a párrafo, se reanuda. A su vez, lo vocal se apoya en la cadencia rítmica de una prosa mansa que sabe adónde va, que es goce de sí misma y se deja apreciar sin apuros.

Esto puede emparentarse con la que plantea una narradora niña/adulta en otro libro sobre viajes, Guía para un universo de Natalia Mardero (2004). Si bien el libro de Mardero —nacida el mismo año que Bortagaray— es previo cronológicamente, se corresponden desde varios lugares y pueden leerse de manera paralela. En ambos se produce el borramiento de los límites cognitivos del hablante (el de Mardero en clave fantástica y el de Bortagaray en clave realista con roces filosóficos): a veces niña, a veces adulta, a veces vieja, no importa en realidad, el rasgo identitario de este tipo de narradores radica en la continuidad de la experiencia y del acto de la palabra. Así, viajar y decir se transforman en profundas metáforas del acto de vivir, un acto que solo la escritura puede traducir con meditado análisis y fuerza original.

La huella atemporal del viaje que guía prontos, listos, ya explica también su comienzo in media res. El lector ingresa al libro (o al vehículo) como por una escotilla, dado que el viaje —el propio y el de los demás— empezó en algún lado y solo quien cuenta la historia tiene el poder de conectar esos mundos: el pasado (la infancia, los sueños), el presente (el recuerdo evocado y convertido en anécdota, la palabra), y la proyección al futuro (la literatura como el acto de fijar ideas que perduren).

Dada la corta extensión del libro y de todo lo que hay allí por descubrir, no conviene revelar mucho más. Cabría destacar ciertos guiños relacionados a textos consagrados y a los que esta escritura suscribe, como parte de esa tradición. Por ejemplo, durante el viaje la narradora establece una especie de acuerdo tácito de no avanzar en el discurso de manera lineal, lo cual quita del centro la posibilidad de llegar al destino como meta real del viaje (llegar a la playa, en este caso). Esto genera un pacto con el lector, que también juega su papel: nos gusta ser pasajeros, nos encariñamos con las modalidades alternativas de la realidad. Entonces, ¿para qué llegar? Llegar significa terminar el viaje y por eso hay que demorarlo.

Este efecto recuerda el que utiliza Cortázar en  La autopista del sur (1964), donde se produce la suspensión momentánea de los objetivos “reales” de los pasajeros, o bien a la inversa, como en Los autonautas de la cosmopista (1983), donde la bitácora de viaje se agranda o enriquece, no tanto por la vivencia subjetiva del escribiente, sino gracias al registro múltiple de las rutinas y de los lugares que le dan sentido al recorrido de los que viajan. Lo bueno de Prontos, listos, ya, además de la posibilidad de identificarse a destiempo con esa historia, es que si eso no ocurre, se puede formar parte del viaje de alguien más. Y allí, la banda sonora la pone uno mismo.

PRONTOS, LISTOS, YA, de Inés Bortagaray. Criatura editora (Artefato, 2006, reed. 2019). Montevideo, 65 págs. Distribuye Escaramuza.

https://www.elpais.com.uy/cultural/ines-bortagaray-arte-viajar-decir.html

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